Con la salida de Karl Rowe de su cargo de consejero del Presidente Bush, me vienen a la memoria las palabras de Raymond Aron sobre el papel del Consejero del Príncipe. Éste consiste en hacerle ver al gobernante los riesgos de sus actos y prevenirlo de los peligros que lo asechan. Un buen consejero puede ayudar al príncipe a escalar la grandeza o puede hacerlo perderse en los laberintos de lo intrascendente. Algunos de esos Consejeros han pasado a la historia por su influencia notable; tal el caso de los célebres Cardenales Mazarino Y Richelieu en la Francia del Ancien Régime: verdaderos genios de la política, especialmente el segundo,ferozmente combatido y temido por las potencias rivales de su nación. En nuestro país se recuerda el consejero del presidente Barco, don Germán Montoya Vélez que practicamente fungió de jefe de Estado de un mandatario declinante, agobiado por la enfermedad.
La prensa mundial comenta que la salidad de Rowe pone fin a la presidencia doméstica de Bush, quien se verá entonces confinado a las complicaciones crecientes de su política exterior. Y se dice que, en cierto modo, este episodio clausura de hecho cualquier proyección futura de valor de ese mandato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario