Uno cree que a estas alturas la gente corriente tiene más o menos una información razonable sobre ciertas cuestiones científicas que aparecen con frecuencia en la prensa: nadie ha podido predecir científicamente terremotos. Sin embargo, las personas siguen tan impresionables y cándidas como siempre cuando se trata de los fenómenos naturales.
Un verdadero criminal, pues no se lo puede calificar de otra manera, se dedicó ayer a llamar por teléfono a distintas oficinas de Bogotá, haciendose pasar por ingeniero de Ingeominas, y a advertir sobre la inminente ocurrencia de un terremoto de grandes proporciones. quizás por el caso del Perú, recientemente azotado por un sismo de intensidad 7.9 en la escala de Richter.
El pánico estuvo alimentado, además, por la insistencia de algunos en una supuesta profecia en verso hecha hace como discientos años por un cura santafereño. El verso dice algo así:
Un treintaiuno de agosto
de un año que no diré,
un teremoto terrible
destruirá Santa Fé.
Y entoces, las llamadas del terrorista, unidas a la sicosis por la tragedia peruana, más los chismes alarmistas, y el verso centenario, produjeron una situación de histeria tan absolutamente irracional, que le dió la vuelta al mundo, no por la pretendida amenaza telúrica, sino por la reacción exagerada de la gente.
Prueba de dos cosas; una, que nunca faltarán los imbéciles que gocen con el drama ajeno; y segundo, que ni siquiera el avance de las técnicas informativas sirve para detener a la gente cuando decide no pensar.
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