En este mundo donde reinan el rock y sus descendientes, los cantos gregorianos, que surgieron en el siglo IX para embellecer la liturgia católica, reaparecen periódicamente ejerciendo una inusitada fascinación. En 1.994 los monjes del Monasterio de Santo Domingo de Silos, en España vendieron 5 millones de discos alrededor del mundo con un repertorio de cantos gregorianos. Con una fuerza sorprendente entraron en el torrente sanguíneo de la cultura pop. Trozos de los cantos fueron utilizados por grupos de música electrónica, e incluso un video-juego, Halo, que ya va por su tercera edición, y 84 millones de ejemplares vendidos, se apropió de los cantos para su fondo sonoro, hoy familiar entre los aficionados a estos juegos.
Tal vez esa popularidad es la que ha inspirado ahora a los monjes del Monasterio de Heiligenkreuz, situado en los alrededores de Viena a lanzarse también al mundo musical profano con su propio CD de cantos gregorianos. Y el Monasterio, que ya era un lugar de peregrinación por una supuesta reliquia de la cruz donde murió Cristo, es ahora también lugar de peregrinación de los fans de música culta. Hace dos meses, los monjes de Hailegenkreuz suenan por toda Europa en su CD Chant: Music for the Masses, que ya llegó al séptimo puesto en el hit parade inglés desbancando a Amy Wine hause y a Madonna. En Estados Unidos ya está a la cabeza de las ventas de grabaciones eruditas.
Esta música siempre ha tenido un extraño atractivo. Incluso en culturas donde la fe católica no tiene ningún arraigo, el cante gregoriano produce una gran fascinación. Se lo percibe como algo situado en un plano casi metafísico, y por ello contrasta favorabemente con la superficialidad y la estridencia de la música popular de hoy.
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