A diferencia de Hobbes, quien creía que el hombre es naturalmente malo, Rousseau persuadió a lo que sería en adelante el pensamiento de izquierda, de que en un hipotético estado original de naturaleza el hombre es esencialmente bueno. La popularidad de los aborígenes americanos o del Pacífico sur entre la intelectualidad europea se debió, a partir del siglo XIX a que se suponía que éstos representaban ese hombre no contaminado por la civilización y la sociedad. Es una idea que ha continuado presente en todas las doctrinas socialistas. De allí los esfuerzos por construir el hombre nuevo a partir de la eliminación de los estímulos que presuntamente desvían a los seres humanos de su bondad natural, como la propiedad privada y el capitalismo. Esfuerzos que, llevados al límite han sumido a muchas sociedades en verdaderos diluvios de sangre, como lo fueron las campañas de colectivización forzada que caracterizaron a ciertos períodos de la revolución rusa, o a la revolución cultural china, hasta el exterminio de toda forma de cultura anterior a la revolución camboyana, que llevó al asesinato de toda persona educada por los esbirros de Pol Pot.
Pero, ha existido realmente un hombre naturalmente bueno ? Sería maravilloso que así fuera, pero hay razones para dudarlo. Los antropólogos se ocupan fervorosamente por hacernoslo creer, con razón o sin ella. Margaret Mead, por ejemplo, pretendió que en Samoa existía un tal estado de equilibrio social natural, que aún el paso de la niñez a la adolescencia carecía de las dificultades emocionales que presenta en las sociedades occidentales.
habría también sociedades que tienen una relación de respeto por la naturaleza, al extremo de que no la perturban. Uno se pregunta si las construcciones incas del Perú para el desarrollo de la agricultura, obtendrían hoy en día las correspondientes licencias de las autoridades medioambientales.
Sea lo que fuere, es realmente útil una concepción esencialmente buena de la naturaleza humana ? probablemente no, si se tienen en cuenta las tragedias que ha causado. Pero lo contrario, la idea del hombre esencialmente perverso tampoco ha sido positiva. Ella ha justificado tiranías implacables como las nacidas de la religión y su dogma del pecado original, y leviatanes políticos aún peores que la ilusión de acabar con la maldad del mundo simplemente reeducando al hombre.
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